30 de julio de 2023. Por Armando Palau Aldana. Relativa cualquier definición sobre el ambientalismo, si tenemos en cuenta la fórmula de Einstein: la energía de un cuerpo en reposo se puede calcular como la masa multiplicada por la velocidad de la luz al cuadrado. Al respecto, traigo a colación tres escritores: Rachel Carson (Primavera silenciosa,1960) que pregunta ¿Cómo pueden los seres inteligentes tratar de dominar unas cuantas especies molestas por un método que contamine todo lo que les rodea y les atraiga la amenaza de un mal e incluso de la muerte de su propia especie?
André Gortz (Ecología y política, 1977), que sugiere que lo esencial no es definir un nuevo proyecto político coherente, sino proponer una actitud imaginativa nueva, radical y subversiva, que permita transformar la lógica de nuestra evolución; y Michael Löwy (Ecosocialismo, 2012), quien salta a una versión socialista entendiendo el capital como trabajo objetivado, fundado en el libre desarrollo de todos los productores o en el desmantelamiento de la separación de los productores respecto de los medios de producción.
El derecho colectivo a gozar de un ambiente sano a partir de la conservación de ecosistemas frágiles, con consideración de la capacidad de carga de los recursos naturales o del tamaño de la limitada oferta ambiental, rebasa el inveterado concepto de intereses individuales, que es de mayor materialización en reducidos grupos de poder a los que buena parte de la desposeída sociedad emula, dificultando comprender que la consecución o búsqueda del interés general es la mejor forma de superar al individuo, harto difícil.
Pero la génesis del individuo como centro de atención es un fuerte referente en los distintos episodios de la historia de la humanidad, seguramente porque la guerra tuvo como referente al líder en las manadas de animales cazadores, como en el de los leones con su arrogante postura, con la diferencia de que los sapiens, como dice Galeano, somos cazadores del prójimo, envenenamos el agua que beberemos, matamos por placer y los únicos del reino animal que soñamos despiertos a pesar de ser primos de los monos.
Llena de altos costos personales es la causa ambiental en defensa del mundo marino de Isla Gorgona, este vestigio de la cuarta cordillera que el mar de Balboa se tragó y que tiene referentes de fauna y flora en Centroamérica como vestigios del desmembramiento del continente, pero la convicción que es forjadora del estoicismo permite que seamos unos pocos en esta época empeñados en atentar contra las cosas, en crear en nosotros espacios para la vida, espacios que no estaban y no parecían tener un lugar en la vida (Artaud).
Para la muestra, la realidad de las inmediatas campañas electorales donde se rinde culto a la personalidad y quedan las evidencias de pírricas gestiones en la lucha frontal y permanente contra la corrupción, la convivencia con la contratación de cuotas personales versus el ausente cuestionamiento a gobernantes de turno y solo al final del tubo, cuando ya no hay tiempo de llorar, sin un argumentado discurso político de fondo buscan posicionamiento en el abanico de un poder sin poder.
Entre otros, también se requiere para la causa recursos de marcha que pueden conseguirse con la venta de un libro que compile la Odisea Jurídica de las Jorobadas y su mundo marino, no en búsqueda de gestos de desprendimiento muchas veces irreales, sino como un aporte cierto a la causa ambientalista, una compra de anónimas acciones con los cuales no se llenaran de oro las alforjas que van siempre vacías, como dijo el poeta Guillen, para materializar la Expedición Gorgona 2023 donde sellaremos como abogados de oficio.
Es necesario desprenderse de uno mismo, como cuando Discépolo no los recuerda en su magistral tango Uno (1943) musicalizado por Mariano Mores, que extrañamente canta Carlitos Gardel a pesar haber muerto 8 años antes: “Uno, busca lleno de esperanzas/el camino que los sueños/prometieron a sus ansias.../Sabe que la lucha es cruel/y es mucha, pero lucha y se desangra/por la fe que lo empecina...”
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