13 de noviembre de 2023. Por Jaime Araujo Rentería. Cada vez que nos enfrentamos a una crisis de la democracia, cualquiera que sea su causa: económica, social, ideológica o política; imputable al Estado o a las acciones de quienes están por fuera de él, como puede ser el secuestro del padre de un hombre amado por la gran mayoría de los colombianos, lo primero que debemos preguntarnos es si la vamos a resolver de manera democrática o autocrática; si a la frágil democracia le insuflamos más democracia o si, por el contrario, le quitamos lo poco que de ella tenemos y le inoculamos autocracia, dictadura o totalitarismo. Desde que nació la democracia, en Atenas, hace 2500 años, surgió con tres elementos fundamentales: poder del pueblo (soberanía popular); libertad e igualdad de los hombres. Para Aristóteles en “La Política”, ya era claro que "la democracia es la forma en que la soberanía del pueblo está por encima de las leyes". También afirma que: “forzosamente tiene que ser soberana la muchedumbre y lo que apruebe la mayoría, eso tiene que ser el fin y lo justo (lo que beneficie a la mayoría)”. Y que todos los ciudadanos decidan todos los asuntos del Estado: “En la democracia es propio que todos los ciudadanos decidan de todos esos asuntos”; "El principio de la aristocracia es la virtud, es de la oligarquía la riqueza y el de la democracia la libertad. “Otra es vivir como se quiere, este es el resultado de la libertad. Este es el segundo rasgo esencial de la democracia, y de aquí vino el no ser gobernado, si es posible por nadie, y si no, por turno. Esta característica contribuye a la libertad fundada en la igualdad. "Las sublevaciones tienen, pues, siempre por causa la desigualdad y los que se sublevan lo hacen buscando la igualdad".
La persona democrática quiere la libertad no solamente para ella, sino también para los demás, pues se reconoce en el otro; “el yo quiere la libertad para el tú”; porque entiende qué tiene igual naturaleza que él, y lo reconoce como su igual. No pretende dominar al otro, sino escucharlo y cooperar con él; no lo ve como un enemigo sino simplemente como alguien que piensa distinto, pero que mañana puede pensar igual a él.
La idea de la democracia es la idea de la libertad como autodeterminación política. Su forma más pura ocurre cuando el pueblo directamente, sin intermediarios, crea las leyes, las ejecuta y dirime los conflictos; esta es la democracia directa, que es la que más le gustaba a Rousseau y a nosotros. Por oposición a la denominada democracia representativa, donde el pueblo escoge unos intermediarios, para que a su nombre hagan la ley, la ejecuten o juzguen los conflictos. La democracia directa es superior a la participativa y a la representativa, ya que en Colombia la democracia participativa ha sido entendida como que el pueblo es consultado sobre determinados asuntos, pero la decisión del pueblo no obliga al gobernante, pudiendo este desechar lo que el pueblo ha decidido, como ha sucedido en todas las oportunidades en que se consulta a las comunidades indígenas o afrodescendientes o cómo sucedió en el caso del plebiscito por la paz. Que un funcionario consulte al pueblo sobre un tema y que no quede obligado por lo que éste decida, es una fementida democracia, o más gráficamente, una ¡mamadera de gallo! La democracia directa es mejor que la representativa, pues como dijo Rousseau: “Tan pronto como un pueblo se da representantes, deja de ser libre y de ser pueblo”.
El autócrata o dictador no reconoce la soberanía popular y desprecia al pueblo, considera que él es superior al pueblo y que es el dueño del poder político, y cree que el poder le viene atribuido en razón de su superioridad y por lo mismo no tiene que rendirle cuentas al pueblo inferior. Pueblo que para lo único que sirve, según el autócrata, es para ser dominado por él; que no debe tener en cuenta y que nunca debe osar contradecirlo. El pueblo inculto no debe participar en la decisión de los asuntos que le afectan y lo único que debe hacer es obedecer a su gobernante superior, que no puede estar sometido a críticas ni a controles. En la autocracia o dictadura el gobernante se considera superior a los gobernados y sólo es responsable ante sí mismo o ante Dios.
En síntesis, el pueblo no es soberano, no es reconocido como igual y mucho menos es libre de decidir su propio destino.
Tres clases de autoritarismo
La autocracia es autoritaria en tres acepciones: psicológica, ideológica y política.
En sentido psicológico, se menciona la personalidad autoritaria para indicar un tipo de persona que, como divide a los hombres en inferiores y superiores, tiene por una parte una disposición a la obediencia servil hacia los superiores, al respeto y adulación de todos los que detentan el poder o la fuerza; y por otra, la disposición a la arrogancia y el desprecio de los inferiores jerárquicos y en general de todos a los que consideran sin poder o sin fuerza, son los que yo denomino mentalidades de Gulliver, enanos en tierra de gigantes y gigantes en tierra de enanos; humildes ante los soberbios y soberbios ante los humildes.
En sentido ideológico, son autoritarias las que niegan la igualdad de los hombres; rinden culto al principio jerárquico; a la idea de progreso contraponen la de tradición; a la razón oponen lo irracional; a los derechos del ciudadano enfrentan el deber absoluto de obediencia del súbdito, frente al poder del Estado no hay ningún derecho humano que valga, como dijera Mussolini en su tristemente célebre frase: "Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado”. Desde el punto de vista político, se llaman autoritarios a los regímenes que privilegian el mando y menosprecian el método del consenso, que concentran el poder político en un solo órgano o en una sola persona, normalmente en el ejecutivo, y que le quitan valor o anulan las instituciones representativas, que reducen la oposición a su mínima expresión y eliminan los procedimientos y las instituciones encaminadas a transmitir el poder de abajo hacia arriba; el pluralismo de los partidos es prohibido o reducido a un simulacro.
Por el contrario, en la democracia, todos deben participar en todos los asuntos que deben ser decididos por todos y si no es posible por unanimidad, a través de las mayorías, lo que supone necesariamente la existencia de una minoría (u oposición), que por lo mismo debe ser respetada.
El principio de libertad de la democracia es fundamentalmente la de una libertad para autodeterminarse espiritualmente en los pensamientos, conciencia, opiniones y en la tolerancia y respeto por las ajenas. En la autocracia o dictadura no hay oposición tolerable, ni discusión, ni mucho menos libertad de opiniones, ni participación de todos. Sólo hay órdenes que da la autoridad y que deben ser obedecidas por todos. A la autoridad deben supeditarse todas las voluntades, todas las creencias y opiniones; y quién piense distinto a la autoridad, no sólo está en un error, sino que también es un malhechor.
En la democracia el gobernante le debe el poder a los gobernados, debe rendirle cuentas de su gestión, está sometido a crítica y a controles, sus actos deben ser realizados a los ojos de la opinión pública, es responsable de las violaciones de la Constitución y de la ley y puede ser revocado por los gobernados. Como todos son iguales, todos tienen igual derecho a gobernar, por lo que no puede haber gobernantes perpetuos y sus períodos de gobierno deben ser cortos.
Para la autocracia o dictadura, sólo hay verdades absolutas y, por lo mismo, una única verdad. En cambio, para la democracia, nadie tiene la verdad absoluta, cada persona tiene sólo una parte de la verdad y sólo del diálogo de esas verdades parciales puede resultar una verdad mejor o más verdadera. La democracia asigna igual valor a la voluntad política de cada uno y muestra igual respeto para cada convicción y opinión política, por eso le da, a cada una de ellas, la misma oportunidad de expresarse y de atraer adeptos en una libre competencia por las mentes de los hombres. Por esta razón, el procedimiento dialéctico que se despliega es el análisis y discusión de cada problema, donde todos tienen igual oportunidad de participar, discutir y decidir. En la democracia la manera de obtener una decisión es mediante el juego de las mayorías y las minorías; y lo que es más importante, como esas minorías también tienen parte de la verdad, no están fuera de la ley, por lo que pueden convertirse en mayoría en cualquier momento. La minoría de hoy puede ser la mayoría de mañana y por eso debemos respetar las minorías de hoy para que nos respeten mañana cuando nosotros estemos en su lugar.
Lo democrático no es la ausencia de conflictos, sino la manera cómo los resolvemos
La democracia se refleja no sólo en los fines que perseguimos, sino también en los medios que utilizamos para lograrlos. La diferencia entre un Estado democrático y uno autocrático, dictatorial o totalitario, no está dada por la existencia o ausencia de conflictos, ya que en toda sociedad existen conflictos y situaciones de crisis. La diferencia está en la forma cómo resolvemos los conflictos, en la manera cómo nos enfrentamos a quienes piensan o son distintos a nosotros y especialmente a quienes tienen una cosmovisión política diversa. Para los autócratas Nazi-Fascistas, en política, sólo hay amigos o enemigos, no es posible otra opción. El enemigo debe someterse y si no lo hace, hay que destruirlo. En la actitud ante el diverso político se refleja una diferencia fundamental entre la democracia y el totalitarismo Nazi-fascista, pues la primera se enfrenta al diverso político con la fuerza de la razón, su método es la discusión y el diálogo, lo que busca es convencer o persuadir al que piensa distinto, pero también abiertos a la idea de que los equivocados podemos ser nosotros y que por lo mismo podemos darle la razón al adversario y que si después de finalizado el diálogo ni yo lo persuado ni él me convence, la manera de dirimir el conflicto no puede ser por la violencia. El medio y el método jamás puede ser la violencia, el medio y el método es la decisión a través de votaciones de las cuales resultarán una mayoría y una minoría. Pero, además, con la certeza de que si hoy somos mayoría mañana podremos también ser minoría y que en la próxima oportunidad ganará quien presente más razones y argumentos, pues las mayorías y las minorías son transitorias y cambiantes.
En cambio, el autócrata Nazi-fascista se enfrenta al enemigo político con la razón de la fuerza, su método es la violencia y el fin que persigue es dominar y someter a su adversario y si no lo logra a las buenas lo logra a las malas, por la violencia, de toda clase, torturándolo, desapareciéndolo o eliminándolo físicamente.
Menos indiferencia y más polarización
La semana anterior, señalábamos, cómo el resultado electoral no mostraba una verdadera polarización política de la sociedad colombiana, de visiones del mundo, sino apatía e indiferencia de la sociedad civil frente a los actores políticos, que se llaman a sí mismos “dueños del pueblo”, ya que la abstención, los votos en blanco, los no marcados y los nulos superan el 50% del potencial electoral.
En la democracia todas las personas tienen el derecho a participar en todos los temas que los afectan y en la vida económica, política, administrativa y cultural de la nación, como lo ordena el artículo 2 de nuestra constitución; como corolario de lo anterior, es que no puede haber personas excluidas ni temas vedados a ningún ciudadano. Todos los problemas y opiniones sobre los mismos tienen derecho a ser presentados, por más controvertibles u opuestos que sean. Para la democracia no es ningún peligro que se presente o se pongan sobre la mesa todas las ideas o cosmovisiones del mundo, las distintas concepciones del Estado o del gobierno, de la propiedad, de la paz, de la salud o de la educación, de los impuestos, de las relaciones internacionales, del medio ambiente, de la educación, la vivienda; del empleo, de las energías renovables, etc.
Por eso es que consideramos que, al contrario de lo que mucha gente dice, no estamos en un país demasiado polarizado, ya que en realidad falta más polarización, sobre todo en lo más fundamental, en la medida en que no están todas las cartas sobre la mesa, en que no estamos debatiendo todos los problemas ni todas las ideas. No estamos presentando, ni escuchando todos los argumentos sobre todos los problemas y necesitamos presentarlos y escucharlos todos, para comenzar a saber que existen, y sólo después de tomar conciencia de que existen y de visibilizarlos, junto con sus argumentos a favor y en contra, es que podemos encontrar las mejores soluciones.
Lo grave no es que existan distintas ideas, inclusive opuestas, lo grave es el método violento, nazi fascista con el que tratamos a quienes piensan distinto, ya que los consideramos enemigos y no los escuchamos, porque no entendemos que son iguales a nosotros y que también pueden tener parte de la verdad y que debemos dialogar con ellos y si finalmente no los convencemos o ellos no nos convencen, no podemos resolver las diferencias por medio de la violencia. El problema del país no es que haya muchas ideas, al contrario, faltan ideas. El problema no es que haya ideas distintas, al revés, faltan más ideas distintas sobre todos los temas, ya que sólo conociéndolas todas podemos escoger de una manera más libre, pues en la medida en que tenemos más opciones somos más libres.
De la mano de la democracia, que como hemos dicho contiene la trinidad del poder del pueblo o soberanía popular, de la libertad y de la igualdad, con la participación de todos, podemos enfrentar cualquier crisis, incluso la que estamos atravesando en estos momentos y resolverla pacíficamente. Además, por otra razón jurídico-política: En la democracia, cuando hay problemas existenciales, que dividen y polarizan a la sociedad civil, se debe consultar al pueblo soberano y constituyente y que, por lo mismo, es el árbitro supremo para dirimir conflictos y es él quien debe adoptar las decisiones. Los problemas conflictuales de todas las sociedades que las polarizan.
No sólo el tema o la manera de hacer la paz. Temas como el aborto, como el divorcio, como la pena de muerte: nunca son unánimes en ninguna sociedad. No hay unanimidad sobre ellos, en Estados Unidos, ni en Europa. Tampoco en Colombia ni en China. Entonces ahí tiene que decidir el árbitro supremo, el pueblo, por medio de votaciones que arrojen las mayorías y las minorías. Porque cuando uno ve las estadísticas las diferencias siempre son mínimas. Por ejemplo, la gente está de acuerdo con el aborto en un 51%, pero hay un 49% en contra. Lo mismo sucede, con la pena de muerte, o la adopción de niños por parejas del mismo sexo; o si los actores armados tanto del Estado como de la guerrilla van a quedar impunes o no. Esta falta de unanimidad, en estos y otros temas, es un dato de la realidad política y psicológica. Esos conflictos existenciales, para llamarlos de alguna manera, la mejor forma de definirlos, para que uno acepte que no es el resultado de una imposición, es la democracia: mayorías y minorías. Pero, además, hay que estar preparados para cualquier resultado. Aquellos que dicen ser demócratas y representar al pueblo, cuando pierden, aunque sea por un voto, no pueden salir después con la tesis de que “el pueblo no es el titular del poder y no era quien debía definir el asunto”. En eso tenemos que ser claros, absolutamente claros.
El lugar natural para debatir, afrontar y definir los temas fundamentales que de verdad nos polarizan y crear o diseñe las nuevas instituciones que hagan posible los cambios estructurales, que les den derechos y justicia social a todos los colombianos, es una Asamblea Nacional Constituyente, democrática, soberana, con inclusión de las organizaciones sociales y la sociedad civil, con la asistencia de personas, democráticas, independientes y libres.