30 septiembre 2019. Por Armando Palau Aldana. Por mandato de la ley noventa y nueve del noventa y tres, desde el año siguiente la Sucursal del Cielo por tener más de un millón de habitantes tiene su propia autoridad ambiental con jurisdicción solo dentro del perímetro urbano. Nació como departamento administrativo, sin tener en cuenta referentes como el Ministerio del Medio Ambiente que nació el año anterior y que heredó buena parte de la estructura, el conocimiento y el personal del Inderena, como tampoco de la C.V.C. que había nacido en el cincuenta y cuatro, que, aunque hecha por y para el Cartel de los Pirómanos de la Caña de Azúcar, contaba con una larga trayectoria en el manejo de las cuencas hidrográficas como unidad de planificación.
El Dagma cumplió veinticinco años, sin que durante ese tiempo haya consolidado un know how, es decir, un bloque acumulado de conocimientos, experticias y habilidades como patrimonio intangible para consulta del público y de los académicos. Ello obedece, entre otras razones, a la reforma administrativa del dos mil que eliminó las unidades de la estructura municipal, pretexto para empezar el gregario de la contratación paralela de personal y de proyectos para determinar la importancia del hueco en los discos compactos, otorgando cuotas y dádivas a los concejales afines al alcalde de turno y a sus amigos y patrocinadores, con contratistas con mejor desempeño en la consecución de votos que en gestión ambiental. Igualmente, la soterrada delegación de la función pública a ese personal externo, lo cual facilita fragmentos de corrupción en oculta oferta de flexibilización y asesoría tercerizada desde el interior de la autoridad.
Paralelamente, en estas épocas electorales las encuestas de percepción ciudadana muestran como problemas de mayor interés la inseguridad y la congestión vehicular y los candidatos le hacen el juego a estos despropósitos endulzando el oído de los electores, proponiéndoles como soluciones y ejes centrales de sus campañas más cámaras de vigilancia y aumento del pie de fuerza policial -para vigilar y castigar como lo dijo Foucault- así como nuevas vías, mientras que las propuestas ambientales no son una prioridad de la agenda de gobierno sino figuras decorativas de las campañas.
La opinión pública comenta que la problemática ambiental ha generado una mayor conciencia ciudadana, cuando lo que se evidencia es que ha aumentado la bulla al respecto, porque los usos cotidianos de la población con afán emergente, es mayor adquisición de vehículos automotores con combustibles fósiles, de más aparatos eléctricos para el hogar y el trabajo, así como el consumo de comidas y bebidas rápidas y sintéticas que no son otra cosa que chatarra para la salud, es decir, que se reafirma que del dicho al hecho hay mucho trecho, porque ha aumentado el enverdecimiento de los contaminadores, un soterrado y fuerte enemigo de la sustentabilidad.
La perspectiva no es muy compleja, se requiere la decisión de asumir la construcción de una ética que encamine a la sociedad por la senda de valores mutuos y la garantía de derechos colectivos como el goce de un ambiente sano respetando al entorno y a su oferta, voluntad política para fortalecer la autoridad ambiental orientada hacia la educación para la prevención y la conservación, desarrollos urbanos que frenen la expansión y privilegien ciudades compactas donde el uso eficiente y ahorro del agua sea la cotidianeidad. Con espectros electorales donde la gestión ambiental sea la agenda central de gobierno y candidatos que asuman el rol de ambientalistas por vocación y no por apariencia o por raticos. Nos urge pues, la construcción del ecosocialismo como una forma de vida y no como un discurso veintejuliero.
Cali, veintiséis de septiembre del dos mil diecinueve.