22 agosto 2017
La conciencia moral.
La conciencia moral.
En un artículo anterior de Razón Publica sugerí una explicación sociológica del fenómeno extendido de corrupción a partir de la conciencia moral del pueblo colombiano.
Comencé por señalar que el desarrollo moral de una persona o de un pueblo debe llevarlo desde la fase “egocéntrica” (el bien del individuo) al estadio “etno-céntrico” (lo que conviene al grupo) y finalmente a la etapa “mundo-céntrica” (el bien de la humanidad).
Expliqué cómo la estructura jerárquica de la sociedad colombiana desde la Conquista favoreció las orientaciones etno-céntricas y limitó la ampliación del sentido de responsabilidad moral. La superposición del capitalismo a dicha sociedad reforzó las tendencias egocéntricas.
En este nuevo artículo me propongo ahondar sobre los aspectos sociales de la historia colombiana que obstruyeron la formación de esta conciencia moral más amplia y propiciaron la ilegalidad.
Una historia de división
Todo el siglo XIX estuvo marcado por la disputa entre dos visiones distintas sobre el orden normativo deseable.
Por un lado estaban las élites liberales inspiradas por la Revolución Francesa, así como por el reconocimiento de las nuevas oportunidades económicas provenientes de la consolidación del capitalismo internacional. A estas élites se sumaron los sectores populares que exigían mayor reconocimiento e inclusión para acceder a nuevas oportunidades. Este fue el caso de la alianza con los afrodescendientes del antiguo Cauca que hizo posible abolir los restos de la esclavitud legal.
Por otro lado estaba la visión conservadora y religiosa, más aferrada a la hacienda como arreglo social, a las jerarquías, privilegios y seguridades de la Colonia y al anhelo de un gobierno fuerte y centralizado.
Cada una de estas dos visiones explicaba según su propia perspectiva la naturaleza de la solidaridad, el orden natural y la justicia.
La intensa polarización que produjo este conflicto pone en duda el valor de los triunfos de ambas partes. Por un lado están los triunfos de los liberales que fueron opacados por la parálisis política subsiguiente a la Independencia. Por otro lado, en la última parte del siglo, cuando llegaron al poder, los conservadores no lograron facilitar los cambios culturales necesarios para la nación. El éxito conservador hizo que se pospusieran por más de cuarenta y cinco años las demandas de inclusión social y cultural, aunque también se tradujo en una paz tensa que permitió el florecimiento de la industria.
Lo anterior provocó tres reacciones:Con el regreso de los liberales al poder en la década de 1930 se renovaron las demandas de inclusión social, pero tuvieron poco éxito. Aunque los gobiernos liberales introdujeron la legislación laboral para un orden industrial emergente y echaron los cimientos para un sistema educativo amplio, no lograron democratizar sustancialmente las oportunidades de acceso a la tierra y al capital. La consecuencia de estas tensiones no resueltas fue el período de La Violencia.
La fuga continua de la población hacia la periferia, migración que dio origen a un orden sociopolítico precario porque estaba basado en la arbitrariedad y donde el aislamiento y los obstáculos geográficos impidieron que el Estado supuestamente democrático garantizara los derechos de la población.
La rebeldía activa de los campesinos, que se expresó en la creación de las distintas guerrillas cuyos efectos se sienten hasta el día de hoy.
El aumento de las actividades ilegales y en especial del narcotráfico, cuyo acceso –aunque riesgoso– estaba abierto a los emprendedores.
La falta de oportunidades no solo aumentó el atractivo económico de las actividades ilegales, sino que posiblemente brindó un incentivo psicológico. El ingreso a la ilegalidad implicaba liberarse del sometimiento a una autoridad percibida como opresiva, lo cual pudo ser un impulso para iniciar dichas actividades.
La experiencia inicial con la marihuana en la Costa en los años sesenta sirvió como aprendizaje sobre las posibilidades e intríngulis del narcotráfico y facilitó el desarrollo posterior del mercado de la coca en otras regiones. El aumento del interés en la tierra como depósito de valor y de estatus que resultó de este negocio debilitó aún más la eficacia de las leyes formales del Estado y acentuó las desigualdades agrarias.
Causas profundas
Esa acumulación de procesos sociales no resueltos impidió el desarrollo de una conciencia moral más amplia. Y además impidió que avanzara el proceso de extensión de la ciudadanía social o de las oportunidades para una vida mejor, puesto que no existían ni el interés ni la capacidad reales para hacer frente al atraso, la discriminación y la desigualdad que ayudaron a prolongar las jerarquías coloniales.
La situación anterior resultó en condiciones favorables e incentivos para el florecimiento de los negocios ilegales, la corrupción y el deterioro de la moralidad que están presentes en diversos ámbitos:
En lo político se manifiestan en un orden sustentado no en la autoridad clara y establecida de un Estado central sino en la gobernanza basada en reciprocidades entre élites nacionales, regionales y locales. En ella la excepcionalidad, oculta bajo el manto de una legalidad formal, es la norma dominante. Frente a esta realidad las instituciones que controlan el cumplimiento de las leyes tienen una responsabilidad muy difícil de cumplir.
En lo social se manifiestan en la escasez o ausencia de oportunidades para que los estratos inferiores accedan a recursos tan importantes como tierra, educación, capital y crédito.
En lo subjetivo y psicológico se manifiestan en la persistencia del estigma colonial para las razas “inferiores”. Todavía en 1928 Laureano Gómez podía hablar de la inferioridad de indígenas, afrodescendientes y mestizos como un hecho natural y congénito, sin poder o querer entender la situación de estos grupos como resultado de su sometimiento y marginación. En esas condiciones difícilmente podían desarrollar su autoestima e independencia.
Todo lo anterior inhibió mucha de la capacidad de agencia independiente de los estratos populares –para la iniciativa, el emprendimiento y la innovación–. De los grupos mencionados el menos inhibido fue el mestizo, pues era más aceptado por su cercanía con el blanco, así como por su importancia numérica, aunque logró mejorar su estatus solo después de un largo tiempo.
Trabajar para el futuro
Los cambios sociales actuales están creando las condiciones para la emergencia, desarrollo y consolidación de una conciencia moral más amplia. Entre estos cambios están:
La creciente interacción producida por la urbanización;
Los escenarios laborales:
Las tecnologías de la información y la comunicación;
La educación, y
La ampliación de la clase media.
Todos estos factores contribuyen a crear empatía, a mejorar en el conocimiento del otro y a demandar un orden moral. El trabajo en este sentido tendrá que incluir múltiples esfuerzos.
Uno de ellos será el de hacer más equitativo el acceso a las oportunidades –educación, salud, tierras, capital, emprendimientos económicos–. La ampliación de la clase media será fundamental para fortalecer la conciencia moral y reducirá el atractivo de la ilegalidad. Otro será el fortalecimiento de las infraestructuras de comunicación –como internet– que facilitan las relaciones y propician el reconocimiento del otro. También debe hacerse todo lo posible en materia de resolución de conflictos, y en ese sentido es muy relevante el desmonte de las guerrillas.
Desde luego también es importante fortalecer el Estado central con la presencia efectiva de instituciones que neutralicen a las élites regionales y locales pero que permitan el fortalecimiento de la voz ciudadana, y particularmente de la clase media. Solo si es de esta manera sería útil la descentralización, pues de otro modo simplemente serviría para favorecer a dichas élites. En relación con esto también son importantes las reformas legales e institucionales que contribuyan a combatir la corrupción.
Finalmente, hace falta una promoción más amplia y efectiva de la cultura ciudadana, que incluye temas como la convivencia, la legalidad, la democracia y la solidaridad. Este esfuerzo debe tener su base en el sistema educativo, pero debe ir mucho más allá, hacia el trabajo con las comunidades. Deberá tener didácticas apropiadas dirigidas a transformar conductas y prácticas arraigadas.
Es importante reconocer que las competencias cognitivas y el manejo del discurso de la ciudadanía no producirán por sí solos una ampliación de la conciencia moral. Para que esto ocurra, además de lo cognitivo, es necesario movilizar emociones y valores y promover un sentido moral a través del cultivo de la empatía, para lo cual será necesario educar la inteligencia emocional, un área en la cual valdría la pena profundizar mucho más.
** Economista de la Universidad Nacional, M.A en Sociología de Kansas State University, Ph.D. en Sociología de la Universidad de Wisconsin, docente y consultor a comienzos de la vida profesional, técnico y consultor de organismos internacionales en el medio, y actualmente docente y coordinador del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Manizales.