13 septiembre 2019. Tomado de Semana Sostenible. Escrito por: Angélica Beltrán, investigadora de Ambiente y Sociedad. El desastre ambiental que se presenta con los fuegos en la Amazonia brasilera nos enfrenta a nuevas realidades de la globalización. Ya no solo hablamos de las teorías; Gaia de Lovelock, el fin de la historia de Fukuyama y tantas otras de orden social, económico, ecológico, cultural. Esta vez, se trata de algo puntual, nadie ha dejado de verlo; incluso, desde el espacio, los satélites lo registraron, las redes sociales lo siguieron, hubo marchas de protesta, colectas se levantaron, surgieron opiniones de todos los lados. ¿Y, ahora?
Pues, ahora, necesitamos pasar a la acción, los incendios deben controlarse y se debe actuar sobre las causas: la deforestación, las políticas que la permitieron, las cadenas de mercado que la han avalado, la responsabilidad de todos y, hacia el futuro, la gestión del riesgo.
¿Y por qué la gestión del riesgo? En este punto es en donde la naturaleza nos enseña lo que es la globalización. Porque esos incendios van a afectar a todo el globo de diferentes maneras, en distintos tiempos y escalas. En primer lugar, nos recuerda que las fronteras son imaginarias cuando algo tan real como el fuego se presenta. Es inminente el riesgo de que los fuegos de Acre (Brasil) se pasen a Madre de Dios (Perú), lo que ya pasó con Bolivia.
Pero, estos incendios, tal como nos dice la doctora Erika Berenguer, no son naturales en la Amazonia, los inicia el ser humano, básicamente, para abrir la frontera agrícola con el sistema de cortar la selva, dejar que se seque y, entonces, quemar; pero, la misma selva controlaba esto: en un ecosistema catalogado como muy húmedo, no se puede prender fuego fácilmente y aquí es cuando vemos que tantos años de quemas han cambiado el clima local y la capacidad de la selva para recuperarse. Los árboles en pie no tenían la humedad normal, se pudieron prender y, lo más preocupante, según la misma investigadora, la verdadera “época seca” de esta región empieza en octubre. Deberíamos prepararnos, gestionar este riesgo.
El investigador Antonio Donate Nobre, del Instituto Nacional de Investigación Espacial del Brasil, INPE, nos habla sobre los “ríos voladores”. Básicamente, la selva de la Amazonia evapora una cantidad importante de agua, también recibe y condensa enormes volúmenes del líquido que proviene del océano, que se va trasladando gracias a los vientos y llega a lugares como el piedemonte amazónico de Colombia.
Donate, en entrevista concedida a Mongabay, señala su preocupación sobre el destino de estos ríos. Esta vez, producto de los incendios, las nubes estaban repletas de hollín y cenizas, lo suficiente como para oscurecer la tarde de Sao Paulo; tenían tanta agua, que se esperaría un diluvio: pero llovió muy poco. La razón: el hollín y las cenizas generaron nubes disipativas, es decir, que guardan el agua, pero con tantas partículas que contienen, no se forman gotas lo suficientemente pesadas como para caer. Y la lluvia no cayó en donde la necesitábamos. Pero, todo lo que sube tiene que caer. ¿En dónde y cuándo? Esa es la pregunta para la que la gestión del riesgo debe estar preparada en el corto plazo (probablemente). ¿Y, después? Ya no tendremos la continuidad en la selva que aseguraba esos “ríos”. ¿Enfrentaremos sequías?
Y en el mediano plazo (cada vez más corto), pensemos en el cambio climático. El Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC) advirtió en su reporte 1.5 0C que si esperamos poder mantener el calentamiento del planeta debajo de este nivel (con alta confiabilidad) para reducir los impactos negativos sobre la humanidad y los ecosistemas, tenemos que emitir desde 2018, hasta 2100, un máximo de 420 Gt de CO2, es decir las emisiones tienen que reducirse desde 2020 y lograr la neutralidad antes de fin de siglo y la tendencia iba en ascenso. ¿Cómo nos deja la cantidad de CO2 que se ha liberado con estos incendios? ¿Cómo, si a eso le sumamos los otros que ocurren en Los Andes, en Indonesia, en el Ártico?
El mismo IPCC acaba de lanzar su reporte sobre cambio climático y tierras. Al respecto, Pegg Putt, en el pronunciamiento hecho por la Alianza CLARA, decía: proteger los bosques y otros ecosistemas ricos en carbono, como reservas estables y resilientes de carbono, es una opción de respuesta tan vital como la restauración de ecosistemas naturales degradados. Estas son acciones esenciales para la mitigación y adaptación y para abordar de manera conjunta las emergencias climática y de biodiversidad.
Entonces, hay datos, hay investigaciones, hay evidencias, las vemos. Rezar está bien, pero es momento, como ciudadanía, de hacer preguntas, de exigir respuestas, de preocuparnos por informarnos, de ser críticos con la información existente y, lo más importante, necesitamos que quienes hacen las políticas internacional, nacional y local se basen en la ciencia y la utilicen efectiva y activamente.
Se acerca la reunión mundial sobre cambio climático de las Naciones Unidas, este año se realizará en Chile, del 2 al 13 de diciembre. Es uno de los ejemplos de espacios de participación y en los cuales podemos exigir, a los gobiernos, un compromiso real que se traduzca en acciones que permitan mitigar y adaptarnos al cambio climático.
Pues, ahora, necesitamos pasar a la acción, los incendios deben controlarse y se debe actuar sobre las causas: la deforestación, las políticas que la permitieron, las cadenas de mercado que la han avalado, la responsabilidad de todos y, hacia el futuro, la gestión del riesgo.
¿Y por qué la gestión del riesgo? En este punto es en donde la naturaleza nos enseña lo que es la globalización. Porque esos incendios van a afectar a todo el globo de diferentes maneras, en distintos tiempos y escalas. En primer lugar, nos recuerda que las fronteras son imaginarias cuando algo tan real como el fuego se presenta. Es inminente el riesgo de que los fuegos de Acre (Brasil) se pasen a Madre de Dios (Perú), lo que ya pasó con Bolivia.
Pero, estos incendios, tal como nos dice la doctora Erika Berenguer, no son naturales en la Amazonia, los inicia el ser humano, básicamente, para abrir la frontera agrícola con el sistema de cortar la selva, dejar que se seque y, entonces, quemar; pero, la misma selva controlaba esto: en un ecosistema catalogado como muy húmedo, no se puede prender fuego fácilmente y aquí es cuando vemos que tantos años de quemas han cambiado el clima local y la capacidad de la selva para recuperarse. Los árboles en pie no tenían la humedad normal, se pudieron prender y, lo más preocupante, según la misma investigadora, la verdadera “época seca” de esta región empieza en octubre. Deberíamos prepararnos, gestionar este riesgo.
El investigador Antonio Donate Nobre, del Instituto Nacional de Investigación Espacial del Brasil, INPE, nos habla sobre los “ríos voladores”. Básicamente, la selva de la Amazonia evapora una cantidad importante de agua, también recibe y condensa enormes volúmenes del líquido que proviene del océano, que se va trasladando gracias a los vientos y llega a lugares como el piedemonte amazónico de Colombia.
Donate, en entrevista concedida a Mongabay, señala su preocupación sobre el destino de estos ríos. Esta vez, producto de los incendios, las nubes estaban repletas de hollín y cenizas, lo suficiente como para oscurecer la tarde de Sao Paulo; tenían tanta agua, que se esperaría un diluvio: pero llovió muy poco. La razón: el hollín y las cenizas generaron nubes disipativas, es decir, que guardan el agua, pero con tantas partículas que contienen, no se forman gotas lo suficientemente pesadas como para caer. Y la lluvia no cayó en donde la necesitábamos. Pero, todo lo que sube tiene que caer. ¿En dónde y cuándo? Esa es la pregunta para la que la gestión del riesgo debe estar preparada en el corto plazo (probablemente). ¿Y, después? Ya no tendremos la continuidad en la selva que aseguraba esos “ríos”. ¿Enfrentaremos sequías?
Y en el mediano plazo (cada vez más corto), pensemos en el cambio climático. El Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC) advirtió en su reporte 1.5 0C que si esperamos poder mantener el calentamiento del planeta debajo de este nivel (con alta confiabilidad) para reducir los impactos negativos sobre la humanidad y los ecosistemas, tenemos que emitir desde 2018, hasta 2100, un máximo de 420 Gt de CO2, es decir las emisiones tienen que reducirse desde 2020 y lograr la neutralidad antes de fin de siglo y la tendencia iba en ascenso. ¿Cómo nos deja la cantidad de CO2 que se ha liberado con estos incendios? ¿Cómo, si a eso le sumamos los otros que ocurren en Los Andes, en Indonesia, en el Ártico?
El mismo IPCC acaba de lanzar su reporte sobre cambio climático y tierras. Al respecto, Pegg Putt, en el pronunciamiento hecho por la Alianza CLARA, decía: proteger los bosques y otros ecosistemas ricos en carbono, como reservas estables y resilientes de carbono, es una opción de respuesta tan vital como la restauración de ecosistemas naturales degradados. Estas son acciones esenciales para la mitigación y adaptación y para abordar de manera conjunta las emergencias climática y de biodiversidad.
Entonces, hay datos, hay investigaciones, hay evidencias, las vemos. Rezar está bien, pero es momento, como ciudadanía, de hacer preguntas, de exigir respuestas, de preocuparnos por informarnos, de ser críticos con la información existente y, lo más importante, necesitamos que quienes hacen las políticas internacional, nacional y local se basen en la ciencia y la utilicen efectiva y activamente.
Se acerca la reunión mundial sobre cambio climático de las Naciones Unidas, este año se realizará en Chile, del 2 al 13 de diciembre. Es uno de los ejemplos de espacios de participación y en los cuales podemos exigir, a los gobiernos, un compromiso real que se traduzca en acciones que permitan mitigar y adaptarnos al cambio climático.