lunes, 12 de enero de 2015

Terroristas de Corbata




Los fundamentalistas colombianos no usan armas de largo ni de corto alcance: ni revólveres ni pistolas ni subametralladoras ni fusiles; no cargan reatas cargadas con munición: ni granadas ni bazukas ni misiles tierra-aire. Sin embargo poseen un arma de destrucción masiva tan compleja como la de los terroristas en Francia: su terca intolerancia. Estos terroristas criollos defienden a ultranza su posición y cuando sienten que ideas opuestas husmean sus principios disparan ráfagas de verborrea hiriente: ultrajan, desprecian, subestiman, señalan, mancillan. Sus frases atraviesan chalecos anti-calumnias y cualquier tipo de protección hace agua ante su actuar. Sus posturas vuelan con el viento mediático que se presta para tal fin y que a manera de sutil plataforma
lanza-cohetes les abren sus micrófonos con la pueril justificación que eso es “libertad de expresión”. Fungen de estadistas, de políticos, de funcionarios, de senadores, de analistas, de defensores de las libertades individuales y colectivas, de la vida misma. Al igual que los extremistas islámicos se piensan dueños de la verdad y la razón, padecen el síndrome de Adán y creen que antes de ellos la humanidad era un hueco negro, frío, desolado y que, gracias a los hados que conspiraron a su favor, son ellos los elegidos que nos redimirán de la injusticia y nos salvarán de la barbarie. No solo están en el congreso vistiendo traje y presumiendo de palomas, los hay también y muchos que con igual ahínco y ceguera defienden sus verdades, éstos últimos -tan peligrosos como los primeros- lucen trajes sencillos pretendiendo emular a sus “defendidos”… todo el ajuar lo encuentran en su clóset de ONG. Unos y otros, los de Adidas y los de cotiza, estigmatizan a quien se atreva a cuestionarlos, no se prestan para consensos y tan solo se reafirman en sus posiciones y pensares. Se sienten dueños de la verdad y todo aquel que piense lo contrario es un declarado enemigo. Su lenguaje es elaborado y acude a los sentimientos básicos del individuo: rabia, indignación, desprecio; sus palabras no son constructivas, sus razonamientos no son incluyentes. Al hablar ametrallan ráfagas de injurias y calumnias respaldadas en cifras y sesudos estudios. Si bien se presentan como defensores de la diferencia cuando alguien piensa contrario lo atacan cual fundamentalista islámico. En medio de ellos está el pueblo sencillo a quien nadie le pregunta “qué piensa” sino “está con nosotros o contra nosotros”. Por lo visto, no hay mucho del ISIS a los radicales criollos.
EDITORIAL PIRATA

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