Buga, 13 de agosto de 2024. Por Darío González Posso. En el Encuentro Nacional de beneficiarios del río Cauca. Hoy recordamos a Mario Mejía Gutiérrez, destacado cofundador del movimiento por las “agriculturas alternativas” en Colombia, fallecido el 14 de agosto de 2019. Junto a él, recordamos también a dos amigos muy queridos: Gonzalo Palomino y Javier Múnera, artífices de este movimiento. Cuyos legados, pensamiento y obra, están presentes.
Problemas ineludibles
Continúan en nuestro país problemas y debates ineludibles, que ocuparon su atención. Entre estos asuntos está la oposición entre dos vías básicas, para enfrentar el propósito nacional de soberanía alimentaria. En Colombia hay quienes defienden, sobre cualquier otra opción, la empresa agroindustrial, para “modernizar” -dicen, la agricultura. Ésta es la propuesta dominante desde hace décadas, inspirada en la engañosamente llamada “Revolución Verde” en la agricultura; caracterizada por utilizar cantidades industriales de agrotóxicos químicos y máquinas movidas con energía fósil; con monocultivos en general sobre grandes extensiones.
Los defensores de tal “Revolución verde” plantean el mito de que esta es “la solución” contra el hambre y el desempleo. Desde otros puntos de vista –entre éstos las plataformas de las organizaciones sociales-, se enuncia como opción preferencial en la agricultura la Vía campesina y de los Pueblos étnicos; vía que destaca la vigencia de una reforma agraria democrática, que supere la estructura de predominio de la gran propiedad territorial, fortalecida históricamente mediante el despojo y el desplazamiento forzado de la población rural. A esta vía democrática se ha opuesto y se opone el gran capital con todos sus poderes, incluido en ocasiones el paramilitarismo.
¿Tienen, entonces, futuro las economías campesinas y de los Pueblos étnicos? La pregunta quizás es inversa: ¿Tiene futuro la soberanía alimentaria del país sin estas economías, que aún garantizan el 70% de los suministros alimentarios? El movimiento por las agriculturas alternativas se entrelaza con la defensa de la Vía campesina y de los pueblos étnicos. Mario Mejía, impulsor destacado del movimiento por las agriculturas alternativas, también luchó contra la mercantilización de la naturaleza y de la riqueza biológica; y contra su entrega a los poderosos del mundo, que se apropian de ella para incrementar su poder político y económico. Sin duda, hoy Mario estaría con nosotros en la "Cumbre ambientalista, ciudadana y autónoma, divergente de la COP16", para denunciar la utilización abusiva del lema "Paz con la Naturaleza"; cuando estas Conferencias de las Partes del Convenio sobre Diversidad Bilógica, o COPs, como la que se realiza en Cali en octubre del presente año, solo han servido para la comercialización de la naturaleza, por parte de la industria agroalimentaria y farmacéutica de los grandes monopolios transnacionales, y no para la protección de la diversidad biológica y cultural de nuestros pueblos.
“Lo primordial son los valores”
La lucha por un mundo mejor, con respeto por la dignidad humana y por la naturaleza -me dijo un día Mario en su casa-, “la hemos perdido hasta ahora en esencia en el terreno del espíritu”, pero también “es allí donde la podemos y debemos ganar”: en el espíritu, que se debe traducir en acción, individual y colectiva, por “otro mundo posible”. Sin esta acción, el pensamiento es vano; como es inútil la “ecología” sin la espiritualidad. La utopía de “otro mundo posible” articula la acción y el pensamiento.
Explicaba Mario que en la agricultura lo primordial son los valores, antes que una supuesta “transferencia de tecnología”. Esta es una de sus ideas esenciales: no es posible transformar linealmente relaciones y sistemas de producción inadecuados al bienestar social y al entorno natural, sin una gran transformación cultural, intelectual y espiritual. E insistía: “una sociedad ausente de solidaridad, que no respeta la vida humana, es incapaz de realizar un pacto de paz con la naturaleza”. Pero también sostenía -con Fukuoka, agricultor y filósofo, cuyos textos fueron parte de sus lecturas predilectas-, que cuando un ser humano se aleja de la naturaleza no puede sentir su corazón. Y proclamaba Mario la necesidad de “volver al campo”. Retorno entendido, en esencia, como la unión del ser humano con la naturaleza, con el Universo. Esto significa rechazar una concepción que infunde en los seres humanos una actitud soberbia, de “reyes de la Creación”, cuya misión es acrecentar “su poder” sobre la naturaleza y dominarla, en lugar de convivir con ella. Es indispensable aprender de la naturaleza y acercarnos a ella con humildad, como indica Fukuoka. Lo cual conduce, por ejemplo, a reconocer el peligro de la manipulación genética de las semillas, de la clonación de seres vivos, e incluso algún día de humanos. Y en especial implica saber, de acuerdo con Fukuoka, “el riesgo de un poder inmenso en manos de seres humanos con escasa capacidad moral para comprenderlo y aplicarlo en correspondencia con la armonía del Universo”.
Muchos de estos riesgos –decía Mario-, se derivan de “alianzas de las élites del capital y la ciencia”, que subordinan los desarrollos tecnológicos a las ambiciones de riqueza económica y de poder. Esto también se expresa en la agricultura, donde se aplica ahora, entre muchas otras, por ejemplo, la caracterizada como “Tecnología Terminator”, una de las tecnologías genéticas más peligrosas: su propósito deliberado es obtener plantas que producirán semillas que sólo servirán una vez. Es decir, semillas “suicidas”; que, además, son protegidas mediante “patentes” como “propiedad” de sus creadores. Con el fin de controlar las semillas y el mercado mundial de alimentos, en detrimento de las economías familiares que tradicionalmente han utilizado sus propias semillas, los intereses económicos de poderosas multinacionales no se detienen ante el riesgo de la contaminación genética de muchas especies, generando otra amenaza contra la continuidad de la vida en el planeta.
En defensa de la “vía campesina y de los pueblos étnicos”
Por esto, indicaba Mario, la construcción de la paz y el bienestar social demandan, como una de las condiciones indispensables, el fortalecimiento de la vía campesina, constituida por las agriculturas familiares de campesinos, indígenas y afrodescendientes. Agriculturas y economías campesinas, con capacidad probada, reiteraba él, para suministrar los alimentos básicos a toda la población. Con potencialidad para el desarrollo posible de agriculturas alternativas, que sean amables con la naturaleza: agriculturas manuales que enseñen a cuidar las aguas; con semillas ancestrales y autonomía en alimentos e insumos; con una perspectiva comunitaria, orientada a la seguridad y soberanía alimentarias, desde los ámbitos locales y regionales. Que pueden y deben ser mejoradas, para el disfrute de una vida digna.
Pero ¿agriculturas alternativas a qué?
Respondía Mario: a la agricultura química, o de la denominada “Revolución Verde”, un “Modo de uso de la tierra, propio de las sociedades industriales que, por lo tanto, busca la máxima tasa de ganancia”. Para ello se vale de subsidios políticos y técnicos, máquinas de energía fósil, agroquímicos y semillas seleccionas genéticamente hacia la uniformidad y la máxima productividad… “La agricultura de la llamada Revolución Verde es la agricultura de los biocidas: insecticidas, fungicidas, herbicidas, fertilizantes, agroquímicos letales, cuyo origen histórico está directamente relacionado con industrias de guerra”; alianzas de las élites del capital y la ciencia, reiteraba Mario. A lo cual debemos agregar, pienso yo (con base en Rosa Luxemburgo), que estas y otras industrias de guerra son inmanentes a los procesos de acumulación y reproducción del gran capital; el militarismo y el complejo industrial militar -dijo Rosa-, ejercen en la historia del capital una función determinada y acompañan los pasos de la acumulación en todas sus fases.
En sus escritos Mario Mejía recuerda que la mecanización adquiere su forma moderna a partir de la Primera Guerra Mundial; que además estimula la industria de los explosivos, de donde se derivan algunos fertilizantes nitrogenados; y los gases de guerra, origen de los insecticidas clorados: “El DDT (dicloro difenil tricloroetano), de la Farben, se utiliza en la Segunda Guerra Mundial como piojicida y antipalúdico de ambos bandos. El “ciclón B” es usado para la matanza de “razas (consideras) inferiores”, de este se derivan los insecticidas fosforados de posguerra. Los herbicidas hormonales, desarrollados a partir de 1942 por el departamento de Guerra Química y Bacteriológica de USA bajo la dirección del doctor Merck (conocida marca registrada), fueron sustancias masivamente lanzadas contra Vietnam” … En general –decía Mario-, “los sistemas agrícolas de Revolución Verde presentan un consecuente paisaje de ecocidio. Basta observar el arrasamiento de la naturaleza en las zonas agrícolas colombianas de corte empresarial: Urabá huele a veneno y sangre, la zona cafetera perdió sus bosques y sus aguas; las zonas algodoneras y arroceras son viveros de niños deformes y calvarios de obreros envenenados. Y en las universidades se enseña como verdad única esta agricultura de la matanza”. ¿Y qué podemos decir del Valle del Cauca, con una gran agroindustria azucarera que contamina la tierra, el aire y el agua con agrotóxicos letales y la quema de los cañaduzales, que desvía las agua en su beneficio?
¿Una cuestión apenas “tecnológica”?
Señalaba Mario que otra preocupación de las agriculturas alternativas es abolir la ganadería vacuna de grandes extensiones, que deforesta para generar praderas uniformes. Indicaba también que la vía campesina, vía democrática, es lo opuesto a la brutal concentración de la tierra, que ha significado el desplazamiento de poblaciones campesinas y étnicas en Colombia; con implacable violencia consustancial al modelo vigente de acumulación de grandes capitales y propiedades territoriales, para el llamado “desarrollo” agrario. Planteaba que la confrontación entre la autoproclamada “Revolución Verde” y las agriculturas alternativas, solo de manera secundaria es una cuestión tecnológica. No se trata -decía-, de la sustitución de técnicas de agricultura química por agriculturas alternativas, sino de decidir sobre “proyectos de vida personal y construcción social”. Los idearios de las escuelas alternativas –insistía-, trascienden el campo de la agricultura; se ocupan de asuntos espirituales, políticos, religiosos, educativos, artísticos, sociales, filosóficos… Realizó Mario el análisis extenso de algunas de tales escuelas, alrededor de 30, y experimentó con varias de ellas. Asumió diversas teorías. Afirmó que la llamada “agroecología”, aunque es la propuesta más extendida, es apenas una de tantas agriculturas alternativas. Concluyó sus trabajos mediante la introducción en la agricultura de conceptos de la moderna física cuántica, y afirmó que “el siglo XXI podría ser el de la agricultura con base en energías sutiles al alcance de todos, objetivo libertario frente a la hegemonía de los insumos industriales”.
Defensor de la autonomía y la solidaridad, cifraba su confianza esencialmente en los pueblos y en la iniciativa desde la sociedad. No creía, por lo tanto, en emancipación que no sea autoemancipación. En consecuencia, consideraba que las agriculturas alternativas sólo son posibles como iniciativa autónoma y libre de la gente. Decía Mario: “Las agriculturas alternativas no se decretan como política pública; tienen que surgir de la conciencia civil, de la capacidad humana para transformar su espiritualidad, su sentido de la belleza”.
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