19 octubre 2017. Armando Palau Aldana. Rememorando al poeta Eduardo Carranza, diríamos que Cali era un sueño atravesado por un río y volviendo a leer a La María, el Valle del Cauca era algo así como el edén donde estaba El Paraíso, con bosques frondosos, vegetación exuberante, árboles de diferentes especies, caminos en medio de las colinas y en ocasiones los ríos Zabaletas, Nima, Amaime, sus remansos, hondas, vegas, picachos y boquerones, como lo describen Alberto Ramos y Carlos Cardona en su reciente libro sobre Jorge Isaacs.
Ello corresponde al pretérito, porque el valle geográfico del río Cauca es hoy un desierto verde de caña de azúcar que ocupa doscientas cuarenta de las trescientas mil hectáreas, arrasando con los bosques secos tropicales y los humedales que caracterizaban esta otrora fértil tierra. Mientras que Cali, ciudad de cruce de caminos solo cuenta con ciento ochenta mil árboles y tiene un déficit de quinientos veinte mil habitantes arbóreos, mientras tiene una deuda pendiente de seiscientos parques, que corresponde al cuarenta por ciento de los que nos hacen falta por construir. Estas estadísticas indican que cada habitante de la capital del Valle del Cauca, solo cuenta con dos punto cuatro metros cuadrados lejanos de los quince que indica Hábitat de las Naciones Unidas.
Estas deplorables cifras, hacen que la nueva Directora del Dagma diga en forma peregrina que no vivimos en el campo, haciéndole eco al Alcalde Armitage “tanto escándalo por unos arbolitos que vamos a tumbar para colocar más tarimas para la Calle de la Feria”, como dice el cantor de cantores Héctor Lavoe “la calle es una selva de cemento”.
Esto se suma con el derribamiento de la arboleda que cubría la llegada al Parque de la Salud en la parte media de la cuenca del río Pance, para que más automóviles pudieran circular y construir en forma paralela una ciclo-ruta. Craso error el del folclórico burgomaestre, pues antes de lograr la sustentabilidad del desarrollo urbano de la ciudad desestimulando el uso del carro, le rinde culto a su esencia de empresario del hierro y el cemento.
De la misma manera, como la enconada defensa de la construcción del Terminal Sur a costa de la tala del Bosque Seco Tropical del río Lili que alberga al Humedal El Cortijo, por parte del alcalde de origen inglés, destruyendo uno de los frágiles ecosistemas en peligro de extinción, pues según el Instituto Humboldt solo queda en Colombia el ocho por ciento de BST, y en el valle geográfico del río Cauca un tres por ciento.
Es decir, que tenemos un alcalde arboricida, que nos echa el cuento que son muchos más los árboles que siembran que los que derriban, que primero puso en el Dagma a un odontólogo sin criterio político y ahora tiene a una arrogante abogada bogotana, que cree que la autoridad ambiental del municipio no está sometida al principio de imparcialidad y por tanto puede expedir los permisos ambientales que requieran las distintas dependencias de la alcaldía, sin que haya problema alguno por ser juez y parte.
Yo prefiero entonar de Federico García Lorca el Romance Sonámbulo cuyas estrofas dice: “Verde que te quiero verde. /Verde viento. Verdes ramas. /El barco sobre la mar /y el caballo en la montaña. /Grandes estrellas de escarcha, /vienen con el pez de sombra /que abre el camino del alba. /La higuera frota su viento /con la lija de sus ramas, /y el monte, gato garduño, /eriza sus pitas agrias. /El largo viento, dejaba /en la boca un raro gusto /de hiel, de menta y de albahaca. /Un carámbano de luna /la sostiene sobre el agua. /Verde que te quiero verde. /Verde viento. Verdes ramas. /El barco sobre la mar. / Y el caballo en la montaña”.
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