14 mayo 2021 Por Armando Palau Aldana
Diecisiete días de ininterrumpida resistencia cumple la valerosa jornada de protesta de la juventud, particularmente de la muchachada caleña en distintos lugares de la ciudad, en el legítimo ejercicio de su derecho a manifestarse públicamente, irrumpiendo contra una normalidad que no les ha garantizado la resolución de sus expectativas de vida. El vandalismo no es de su cosecha, sino una soterrada estrategia política de desestabilización.
Las familias de la juventud caleña están en un vertiginoso proceso de empobrecimiento, muchas no logran salir de una inopia en la que han nacido y han logrado sobrevivir con un descomunal esfuerzo. Las recientes estadísticas oficiales (probablemente por debajo de la realidad), indican que más del cuarenta por ciento de la población está en condición de pobreza, además siete millones y medio de colombianos viven en condiciones de pobreza extrema. Esto conlleva a decir entonces, que nuestra población joven, entre otros aspectos, no se está ni siquiera alimentando debidamente.
Son escazas las posibilidades de la juventud caleña de tener acceso a una educación universitaria pública, cuya oferta tiene cada día una menor cobertura y encuentra una mayor restricción en los posgrados por sus altos costos. Es evidente que no existe voluntad política para que las universidades estatales lleguen a los sectores populares ofreciendo mayores oportunidades para su ingreso y permanencia.
Sumado a esto, las posibilidades de empleo y emprendimiento son cada vez menores porque se presenta un mayor desestimulo a las pequeñas y medianas empresas, no solo por el aumento de las cargas tributarias, sino porque la administración municipal derrocha en la satisfacción de los acuerdos electorales el erario de la municipalidad, que para este año es de tres punto seis billones de pesos, que no le pertenecen al alcalde y concejales de turno, pero que se distribuyen milimétricamente en contratación de personal y obras no prioritarias. En hora buena una valerosa concejal ha evidenciado su deslinde y diferenciación de estas abominables prácticas, rompiendo la coalición y atendiendo el justo reclamo de la juventud.
La juventud caleña protesta porque no evidencia un cambio de las costumbres de la política, reducida a un ejercicio electoral que solo garantiza la permanencia y el crecimiento de la corrupción. Protestan porque los espacios para la cultura, el deporte y la recreación son cada vez más ínfimos y deteriorados y porque no existe una gestión ambiental que garantice un entorno y una oferta de recursos naturales saludable, amenazada por proyectos urbanísticos que arrasan los relictos de bosque seco tropical, humedales y zonas de protección de ríos, cada vez más estrangulados por el cemento.
La juventud caleña protesta, porque sectores minoritarios de la población en su confort y comodidad creen que todo está normal y nos les importa un carajo las crecientes frustraciones de la inmensa mayoría de hombres y mujeres que dejaron su niñez para ocuparse de un presente y un mañana que no hemos logrado cambiar quienes vamos de paso, dejando atrás el intrigante obsoleto espectro de la representación y las vocerías. Como dijo Shakespeare, ser o no ser es la cuestión que nuestra juventud está definiendo.
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