21 diciembre 2017. Por: Benjamin Barney Caldas (Tomado de El País Diciembre 20, 2017). Los que dicen que el trastorno climático es un cuento chino, además echado por los mismos chinos, como Trump, pese a que allá ya está en construcción la primera ciudad verde del mundo, o que nada les dice el desprendimiento de mil millones de toneladas de hielo de la Antártida, aunque sea un fenómeno natural y no suba un metro el nivel del mar a corto plazo inundando ciudades, o que la deforestación de la Amazonia para sembrar la coca que usan en USA y cereales para los chinos nada les dice, son de hecho unos irresponsables. Y no sólo con el futuro de sus vidas, en tanto calidad de vida, si no con toda seguridad con las vidas mismas de sus descendientes.
El caso es que, como escribió un gran poeta andalusí “las cosas [los] están mirando y [ellos] no [pueden] mirarlas” pues la (equivocada) economía no los deja ni su codicia tampoco. Hay que pensar “verde que te quiero verde” y proteger la naturaleza y con ella la vida de todos sus animales, incluyendo los ‘animales’ que la están destruyendo. Son los responsables de la contaminación del medio ambiente, de las basuras por todos lados, de los ríos y mares llenos de bolsas plásticas, de las aguas contaminadas, de la escasez creciente de aguas dulces y su eutrofización (incremento de sustancias nutritivas que provoca un exceso de fitoplancton), del desecado de humedales, la deforestación, la basura electrónica, y de las guerras, solo que ahora con el peligro de que sean atómicas.
Por eso hay que hacer edificios más que sostenibles, verdes de verdad y no artificiales muros verdes de moda pero regados con agua potable. Es decir, hacer edificios que sean regenerativos reciclando el agua y la energía que consumen, y convirtiendo sus ‘desperdicios’ en materia prima, y que, por ejemplo en Cali, también disfruten de ‘verdes barandas’ y no sosos y estrechos balcones que por lo demás muchos cierran con vidrio y ponen aire acondicionado como si no estuvieran en este trópico cálido y húmedo, tan cerca de la zona de confort (tres veces al día todo el año) pero que, probablemente por eso mismo, no aprecian esos “barandales de la luna por donde retumba el agua”.
Y sembrar árboles en andenes y parques, y acompañando los cultivos de la región, en la que se dejaron talar bosques (antes se los llamaba montes y eran para tumbar) y bellísimos guaduales, “dejando un rastro de lágrimas”. Sus “verdes ramas” absorben en “el verde viento” los gases de efecto invernadero y lo “frota[n] con la lija de sus ramas […] dejando en la boca un raro gusto de hiel, de menta y de albahaca”. El Parque del Acueducto es un ejemplo, allí los árboles ya no dejan ver los desordenados edificios que se dejaron -dejan o dejarán- hacer a sus pies o muy cerca. ¿Se imagina el Cerro de las tres Cruces cubierto por árboles y sin antenas? Y el de Cristo Rey y el de La Bandera.
Finalmente, reducir la sobrepoblación y el consumismo pensando cada cosa en su sitio: “El barco sobre la mar y el caballo en la montaña”. Que las ciudades no invadan el campo y proteger el campo y llevarlo a las ciudades. Es el “romance sonámbulo” de algunos que cuando la noche se pone “íntima como una pequeña plaza [y] un carámbano de luna [se] sostiene sobre el agua” piensan más que los que creen que están despiertos pero que no ven las “grandes estrellas de escarcha [que] vienen con el pez de sombra que abre el camino del alba” mas no que no es que estén dormidos y no sueñen sino que simplemente son inconscientes o prefieren no pensar sino creer.
0 comentarios:
Publicar un comentario