miércoles, 14 de noviembre de 2018

Inesita Aldana de Palau – Una Ceiba Matrona

Disertaciones del Crepúsculo – Armando Palau Aldana: Inesita se despidió de nosotros en la madrugada del tercer lunes de octubre, se fue una centenaria matrona que honró a su tierra natal, Gigante en el Huila, donde subsiste la legendaria Ceiba que otrora se acuñó en las monedas de quinientos, la misma pentandra con más de doscientos años de supervivencia republicana. Estando en el corazón del Amazonas a finales de agosto, comprendí la dimensión cósmica de la Ceiba Pentandra de la mano de las comunidades indígenas Tikuna, un árbol mágico y sagrado reconocido por los pueblos originarios por los pueblos originarios y por nuestros ascendientes africanos. 

Inesita fue también como una Ceiba, tuvo el privilegio de estudiar en la Norma Nacional de Bogotá, animada por la abuela Anita Fierro, una maestra fiel a su apellido. En la capital conoció a Arquimedes Palau Caicedo, un mulato chocoano que ya había alcanzado como Institutor en la Normal de Varones y ahora se licenciaba en Ciencias Sociales en Tunja. Se enamoraron y se casaron en la Bogotá ilustre de aquellos tiempos, la Atenas de Suramérica. Su matrimonio le costó a Inesita ser desheredada del testamento de la Tía Laura, la viuda del general Caicedo que heredó de este la finca El Palmar, que iba desde el río Saldaña hasta el río Guamo, una de las cinco más grandes de mediados del siglo veinte en Colombia. Su pecado fue haberse casado con un mulato liberal. 

No obstante, Inesita siguió con sus convicciones políticas, nunca dejó de ser una conservadora laureanista y militó como tal en Palmira, a donde desde Popayán llegó a vivir con sus hijas, la ciudad blanca en donde Arquimedes estudió derecho mientras enseñaba en el liceo adjunto a la Universidad del Cauca. 

Desde los primeros días del año cincuenta y uno, se residenciaron en la Villa de las Palmas, en donde se consolidó su hogar en donde nacimos los seis varones que procrearon. En Palmira fue la primera administradora de la Librería Nacional y del Almacén de la Caja de Compensación Familiar Comindustria, en donde laboró por muchos años hasta lograr su pensión de jubilación. 

Inesita fue como una Ceiba, porque siempre se mantuvo firme en el mismo lugar de sus convicciones, las católicas que cultivó con mística y esmero, las políticas sin radicalismo pues cada vez que nuestro padre o alguno de sus hijos lo requirió nos concedió el contrario voto liberal. Inesita nunca renunció a la lealtad, la conocimos como una mujer alegre (disfrutaba las parrandas que organizaban su grupo de amigas), educada con privilegios que pocas mujeres tuvieron en esa época, respetuosa y sin apariencias, aunque los más cercanos conocimos de su temple y coraje, del mimo maderamen de la Ceiba. 

Fue soporte de sus ocho hijos, que albergó en su inmenso corazón como las distintas ramas de una Ceiba. Tuvo el valor de dar a luz a la mayoría de sus vástagos en casa de la mano de las matronas de entonces, mientras Arquimedes se ocupaba a la militancia y dirigencia de su liberalismo de izquierda, dedicado a su proselitismo mediante el cual llegó en varios períodos al Concejo de Palmira, la Cámara de Representantes por el Valle del Cauca, y el Senado de la República, así como el ejercicio de su abogacía como defensor de presos políticos y como destacado civilista. En esos tiempos difíciles Inesita se ocupó de sus hijos sin desmedro, incluso en los tiempos en que laboraba con disciplina para contribuir con su salario a la satisfacción de nuestras jóvenes expectativas. 

Inesita siempre nos recibía en su inmensa casa con los brazos abiertos (como en la canción de Alberto Cortez), donde nos recibía como una Ceiba Cósmica en el portón del corredor que nos introducía a sus tres salas y al primer patio de materas donde florecían distintas especies que albergaban de cuando en vez los colibríes que bajaban a chupar el néctar de esos capullos. No conocimos la mezquindad de manos de ella. Pero en los últimos años, después de la muerte de nuestro querido Julián, se fue mermando dejando de disfrutar el agradable paisaje que le ofrecía su cuarto patio, ese solar donde se erigieron los arboles de Totumo, Guayabo, Grosella, Aguacate, Coronilla entre otros, a donde llegaban algunas ardillas conectadas desde los arboles de la Estación del Ferrocarril, horizonte que perdió ante la equivocada y ambiciosa decisión del mayor de sus ramas de vender su frondoso solar. 

En fin, Inesita estuvo con nosotros por casi cien años, solo le faltaron tres eneros más para alcanzar su siglo de existencia, habiendo nacido después de otro siglo de sembrada la Ceiba Pentandra de su natal Gigante huilense. Partió Inesita dejando para nosotros y para la posteridad gratos recuerdos que nunca olvidaremos. Buen viento y buena mar Inesita, mi madre linda, mi genana hermosa. 

Palmira, veintidós de octubre del año dos mil dieciocho (Palabras leídas en la Catedral de de la Villa de las Palmas, en sus honras fúnebres). 


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