martes, 6 de marzo de 2018

La marea Petrogaitanista.

6 marzo 2018. Por Horacio Duque. Históricamente las campañas electorales colombianas se han caracterizado por agudizar las tensiones y divisiones en el seno de la nación y la sociedad. La disputa por el poder político le agrega nuevos ingredientes a la violencia rutinaria y crónica que permea diversos espacios del Estado. Todo como consecuencia del modo de ejercer la dominación las élites hegemónicas. Los clanes que controlan los resortes estratégicos del cuerpo social y político, para tomar en préstamo una figura spenceriana, usan y abusan de la violencia para bloquear cualquier proceso reformista que modifique las inadmisibles condiciones de inequidad que afectan a millones de personas.
El proceso de paz construido entre el actual gobierno y las Farc perfilo en los años recientes un campo politico lleno de grandes potenciales y posibilidades democráticas. Se ha creado un clima de mayor apertura y movilidad en el que nuevas subjetividades emergen con inesperados bríos. Es el caso del liderazgo de Gustavo Petro y su Colombia humana.
Hasta hace algunas semanas Petro lucia como un instrumento artificialmente inflamado con encuestas hechas al gusto de grandes jugadores electorales para meter miedo a los ricos enmodorrados y en clases medias presas de un pánico patológico. Obvio, para agudizar el fascismo social, a la manera como lo caracteriza De Sousa Santos, entre los segmentos pobres. La narrativa que utilizada para el efecto es la del castrochavistas y el petrochavismo. La Venezuelizacion de Colombia por Petro en caso de llegar a ser elegido como Presidente. Discursividad que, por supuesto, suma toda suerte de mentiras, distorsiones y engaños y señalamientos sobre populismos.
Sin embargo las cosas parecen ser de otro alcance. A estas alturas de la campaña, con Petro posicionado en la punta de las encuestas, de varios sondeos la figura de Petro y su liderazgo tomo otro rumbo. Digamos que Petro adquirió una consistente dimensión política. Digamos que se volvió una razón social muy potente. Digamos que alcanzó la forma de un avatar popular en el que se cuelan todas las rabias, todas las indignación acumuladas, todas las demandas más sensibles de los pobres, de los trabajadores, de los indígenas, de los afros, mujeres, jóvenes, ambientalistas, LGBTI etc.
Cada coyuntura, se lo oí decir al inolvidable Zemelman tiene sus propios actores, y la que se ha decantado con la paz ha hecho de Petro el epítome de muchos rostros. Epítome que carga con su significante vacío, que tomo de Laclau sin comprarme toda su teoría populista.
Petro hoy es memoria histórica acumulada, por eso me atrevo a sugerir la metáfora del Petrogaitanismo para contrastarlo al estigma ultraderechista promovido en la red mediática hegemónica, para enlodarlo y degradarlo.
Petro es memoria histórica que acumula la batalla gaitanismo del 48, la resistencia agraria de los años 50, la lucha de masas de la Anapo agredida por el fraude, los paros cívicos, acción combativa de la Up en los años 80, la movilización de Galan, el auge constituyente del M19, la acción civilización de Carlos Gaviria y el aire fresco de alcaldías y gobernaciones progresistas en las décadas recientes.
La ruta de Petro y del Petrogaitanismo permite la comparación con la marcha de Evo Morales en Bolivia hacia el poder popular e indígena. Evo fue y es el acumulado histórico de la revolución minera del 54, de la gesta épica del Che Guevara y de la lucha de masas contra el neoliberalismo.

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